Tlaxcala combina el encanto que solo puede tener una de las más antiguas ciudades coloniales mexicanas, con la pujanza de una región que, en los últimos años, ha experimentado un gran desarrollo industrial.
Enclavada sobre la meseta del Anahuac, esta localidad de clima templado, sobresale desde el primer momento por la arquitectura virreinal de su centro histórico, sus edificios de colores y la amabilidad de su gente. Caminar por Tlaxcala es una experiencia que estimula la imaginación, por la gran cantidad de vestigios de su historia de casi quinientos años. Lo mismo se encuentran construcciones modernas, que hermosas reliquias del siglo XVI y XVII, como el emblemático Convento de los Franciscanos, la imponente Basílica de Ocotlán o el Palacio de Gobierno, que aloja en su interior algunos de los murales mejor conservados del país.
El Museo regional y el Palacio de la cultura, con su magnífica colección de obras de Frida Kahlo y José Clemente Orozco, hacen parte de la gran oferta cultural de la ciudad, que se ha convertido en una de las regiones turísticas más importantes de México. Esta categoría no sería posible si no fuera por el tradicional carnaval de Huehues de Tlacuilohcan, que cada año llena de colorido las calles del centro; pero tampoco sin la gran red de carreteras que el Estado tiene y que lo convierten en una de las entidades mejor comunicadas del país. Esto provoca que en poco tiempo se pueda llegar a alguna de las zonas turísticas, ecológicas o comerciales de los alrededores, y en solo un par de horas, a la Ciudad de México.
Una vista a la ciudad, con sus limpias calles, sus plazas arboladas y su gran actividad, permiten entender por qué Tlaxcala se ha convertido en un referente de recuperación ecológica y agrícola, que no pierde su identidad tradicional ni la fuerza de sus costumbres, volviéndola un gran destino mexicano tanto para visitar, como para vivir.